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odiseas

La deformación de la vida

La deformación de la vida
Siempre hay un amigo, ese cuyas historias todos conocemos por el margen de exageración latente en ellas, que precisamente piensa que nuestras historias sorprendentes son una exageración. Es curioso como poco a poco vamos descubriendo en todo el mundo esa capacidad, no de ornamento sino de deformación de la vida, hasta el punto de no ser conscientes al comienzo de una historia si nosotros estuvimos realmente presentes cuando ocurrió, y en ocasiones es así. Cuando ese amigo cuenta su visión deformada y pervertida de unos hechos que compartió con nosotros, inmediatamente llegamos a la conclusión ineludible de que aquellas historias en las que nosotros no formamos parte estarán al menos igual de exageradas, es probable incluso que, aquellas aventuras en las que no había nadie más que él, el protagonista, sean directamente mentira. Pero lo que es más curioso es cuando nosotros mismos caemos en el mismo hábito, lícito al menos cuando nuestro interlocutor es uno de los deformadores (quien roba a un ladrón...), pero siendo conscientes de que estamos pisando la línea de la fantasía. Y rodeados de oídos ávidos de lo extraordinario, todos nos vamos convirtiendo en deformadores de la vida.

Es inevitable. Las historias van creciendo y deformándose ellas mismas a causa de la memoria, pues la primera vez que la contamos, estamos reviviendo un recuerdo, y posteriormente revivimos recuerdos de recuerdos. Los primeros recuerdos que tenemos de la vida no son más que recuerdos de recuerdos, que siguen ahí gracias a un ejercicio medianamente regular de la memoria sobre el acontecimiento en cuestión. Otras veces creemos recordar situaciones o hechos que jamás fueron nuestros, sino por la boca de nuestros padres: "¿recuerdas cuando te quedaste enganchado en un alambre con dos años? - Desde luego, conozco la historia de memoria". Pero no era yo, sino el personaje que hacía de mí en la historia de mis padres, y que con los años fui identificando en mí mismo. De hecho, me pasó ciertamente. Al menos según mis padres.

Siempre he intentado contar los hechos tal como los recuerdo, evitando opiniones y puntos de vista personales, subjetivos y/o sensacionalistas, pero el resultado es más o menos el mismo. Mis historias son del tipo: "Cogimos un coche, lo llevamos al monte, lo hicimos saltar por una rampa y el motor se salió del sitio". Historia que queda eclipsada por la siguiente del tipo: "Y el tío del banco se quedó completamente alucinado y por su cara pasaron expresiones de autodestrucción, caos y apocalipsis". Entonces uno ha de elegir si contar rollos que no le importan a nadie o contar mentiras. Si pronunciar combinaciones de palabras que se salen de lo habitual u odiseas cuyo simple tono eufórico capta la atención de las mentes ávidas de sueños.

La vida se va deformando más y más, y las cosas realmente importantes empiezan a ser descuidadas en un ambiente en el que las necesidades fisiológicas están más que cubiertas. No tenemos miedo de que se nos termine el aire, la comida o un refugio. Son cosas que siempre han estado ahi y damos por sentado que seguirán ahi. Sin embargo nos preocupamos por los macro-conceptos. Conceptos que son formados por otros muchos conceptos, y que se van ramificando una y otra vez hasta llegar a conceptos unidad, concisos e inteligibles: ligar, dinero, empleo, huelga, oferta, felicidad... ¿qué demonios significa todo eso que nos ocupa nuestra actividad neuronal día a día? Son macro-conceptos inventados y aceptados convencionalmente para poder gestionar de forma sencilla la enorme mole de sucedáneos y elementos creados para nuestra comodidad, en una vida vacía de supervivencia. Y de eso está fabricada nuestra vida: de mentiras. Pero pagamos por nuestras comodidades con locura, depresión, stress, violencia, sobredosis de narcóticos y suicidios, o lo que es peor, ser conscientes de lo mediocre que es nuestra existencia y de cómo a través de una publicidad engañosa la vamos deformando para que encaje en un mundo creado con esas propias mentiras. Al fin y al cabo, todo es publicidad de piel para afuera.

Lo que podemos conocer de los demás, es su publicidad. Los contenidos de los medios de comunicación, cargados de publicidad siempre han sido "cosas que poner entre anuncios" y no al revés. La televisión, internet, periódicos y revistas, carteles de mujeres florero en ropa interior anunciándonos un verano caluroso. Nuestro dentista asegurando que los coches japoneses son los mejores. Nuestra abuela, para la que siempre estaremos demasiado delgados, y todo un trasfondo de una publicidad creada con mentiras que reeduca continuamente a las nuevas generaciones. Nuestras necesidades biológicas: respirar, alimentarnos, refugio, vida sexual... y esta última como baluarte del publicista, pues las demás están siempre cubiertas y no amenazan nuestra supervivencia. El juego del deseo, curiosa mujer, el deseo, que nunca podremos poseer, pues en caso contrario se convierte en satisfacción o en frustración, pero lo poseído no puede ser deseado al mismo tiempo. Políticos anunciándose, empresarios anunciándose, vecinas anunciándose, nosotros anunciándonos. Anuncios anunciándose... y el resultado es matrimonios denunciándose, políticos acusándose, empresarios acosándote, vecinas desnudándose y mentes desquiciándose.

Aceptémoslo, por encima de nuestros derechos están los jueces, los políticos y todos aquéllos que manipulan esos derechos. Por encima de ellos está el dinero. Por encima de él está el deseo (ya sea de justicia, de dinero, de vida sexual o, en casos de sociedades muy diferentes, de aire, comida, agua o refugio). Y el deseo o la aversión se manipula con una buena publicidad, ya sea favorable o no.

Las naciones caerán por artículos de prensa, noticieros, o cualquier otra forma de publicidad masiva que actúe directamente sobre "la opinión pública". Ya no gritamos "bruja", o "rojo", pero sí "facha" o "puta". Y mientras estamos distraídos nos roban los mismos que nos mantienen en una situación de "supervivencia cómoda". A nadie le preocupan los rojos, los fachas, las brujas ni las putas, mientras no mancillen nuestros deseos, nuestra realidad inventada, nuestra vida deformada. Y esa vida ya no es nuestra, pues nuestros valores culturales cuelgan de las fachadas de los edificios, de los buzones de correos, de los televisores, transistores, computadoras, paradas y laterales de autobuses, metros, revistas y briks de lácteos con un 20% de leche. Deséalo, consíguelo y hazlo tuyo. Y una vez tuyo cambia de objetivo. Así hasta que te mueras. Todo lo que crees que es importante, lo es en la medida en que te es presentado, anunciado, educado. Tus ideas no son tuyas ya, sino de tus padres, de tus profesores, de tus amigos y enemigos, y de toda esa basura que cuelga de todas partes. Esa es la medida de tu realidad, y de la mía. La medida de tu sacrificio y la de tu recompensa.

Pero es posible que así es como me lo hayan vendido.

1 comentario

Eurídice -

Estoy totalmente de acuerdo con todo lo que dices y, además, una cosa importante a recalcar es que la sociedad (y nosotros como miembros de ella) debe ajustar su ojo al de todos los ojos ya que cuanto más se acerque mi visión a la tuya, mejor nos llevaremos.

¿Debemos abogar, pues, por una sociedad ciega, tuerta y sin ansias de conocer más que lo que nos presentan? ¿O más bien debemos luchar por corregir esos amorfismos culturales a los que les damos valor todos y cada uno de nuestros días?

Quizás si la cuarta parte de la población meditase acerca del tema, quizás, cada día se vería menos borroso y menos deformado...

Saludos desde lo alto de una CeReZa*